Soplar y sorber

Ismael Sáez Vaquero. Secretario General UGT-PV
Esta es la tarea imposible a la que se enfrentan Gobiernos y Bancos centrales para atajar la desmesurada inflación sin que ello nos lleve de cabeza a una recesión que nos instale en ese desolador panorama que recientemente retrataba con dramatismo el Presidente Macron.
No sé si las consecuencias apocalípticas serían el resultado de la inflación o de las recetas para acabar con ella, o simplemente de lo que iba era de concienciar para inducir a su población, mediante el temor, a perseverar en el ahorro. En todo caso, ¿cuáles son las causas de esta inflación? Porque será preciso conocerlas si queremos intentar tener algún éxito en la posible solución.
Parece que hay un alto consenso en que la recuperación de la pandemia ha dado un impulso al consumo y al comercio, que ese impulso ha pillado con la guardia baja al transporte marítimo con un aumento exponencial de los fletes, que el desigual combate contra el Covid, según países, ha generado problemas de abastecimiento en sectores industriales, como el del automóvil, que la guerra de Putin ha echado más leña al precio de la energía por la vía de reducir la oferta y que este incremento se ha trasladado a casi todos los sectores de la economía, pues ninguno deja de tener entre sus factores de producción o servicios dicha energía, aunque es evidente que no en todos alcanza el mismo peso.
El precio de los fletes se ha reducido sustancialmente, el de buen número de materias primas ha seguido la misma senda, pero persiste, sin remedio aparente mientras la guerra continúe, el elevado precio de la energía. Entre los componentes que marcan claramente el ascenso inflacionario está esta y el de los alimentos, bienes de consumo de difícil sustitución y de los que no resulta posible prescindir. También se ha incrementado, y no poco, el precio de los servicios vinculados al turismo en donde la fuerte demanda y la larga pandemia que la estimula tienen mucho que ver. Es decir, que en algunos casos la explicación está en la fuerte demanda, pero el mayor problema se encuentra en la escasez de oferta.
Los Bancos Centrales se afanan por enfriar la economía subiendo tipos de interés que reduzcan el consumo haciendo mucho más caro el acceso al crédito y detrayendo renta de quienes soportan pagos hipotecarios, pero también encareciendo el día a día y la inversión de las empresas. Y todo ello, sin que esta medida pueda tener demasiado efecto en el objetivo de bajar el precio de la energía, más allá del ahorro que, tal vez sea verdad, funciona mejor con el palo que con la zanahoria. Se trata pues de sorber, pero su éxito sobre la inflación derivada de la energía sería aquel que ralentiza tan seriamente la economía que acaba cerrando empresas y destruyendo empleo, que reduce el número de consumidores de energía por defunción.
Por su parte, los Gobiernos intentan soplar para aliviar la carga que ciudadanos y empresas soportan como consecuencia de esa inflación poniendo en marcha ingentes programas de gasto público para subvencionar el precio de la energía, caso británico con el anuncio de 115.000 millones de libras, o con propuestas de bajadas de impuestos o con ayudas que inyectan recursos a los potenciales consumidores. Unos sorben y otros soplan.
Entre tanto, las medidas que va adoptando la UE grabando a las empresas que obtiene beneficios extraordinarios por esa endiablada fijación de los precios de la electricidad o acelerando la necesidad de fijar un tipo mínimo en el impuesto de sociedades o desarrollando la instalación de energías renovables va en la buena dirección, aunque sus efectos sean menos inmediatos de lo que creo que todos desearíamos, pero parece que la gran lección es ganar soberanía energética en el continente.
Lo que sí creo incuestionable es que no cabe atribuir a los salarios el actual estado de la situación, lo que no obsta para que las organizaciones sindicales no seamos conscientes de la necesidad de evitar una inflación de segunda vuelta, por eso estamos empeñados en llegar a un acuerdo con la CEOE para renovar un Acuerdo Interconfederal ya caducado que impulse la negociación colectiva otorgando seguridad a empresas, estabilidad al empleo y poder adquisitivo a los salarios. El reciente primer Acuerdo Autonómico del Comercio Textil de la Comunidad Autónoma Valenciana sería un buen ejemplo a seguir.
En fin, que soplar y sorber se antoja difícil, pero es necesario equilibrar las cargas de esta crisis de inflación para que la desigualdad no vuelva a ser la consecuencia de soluciones que no son tales, puesto que la desigualdad creciente es el mayor problema. Lo que no cabe duda, a mi entender, es que el catastrofismo, el tremendismo y sus profetas no representan una visión realista de la economía española o valenciana y además socavan la confianza que tan necesaria se presenta cuando hay que responder a las dificultades. El pesimismo siempre anticipa la derrota.