Por Ismael Sáez, secretario general de UGT PV
En estos momentos en los que la crisis sanitaria provocada por el coronavirus se expande por todo el planeta se nos propone desde El Mercantil Valenciano aventurar si el mundo será, tras su paso y segura superación, el mismo. La cuestión podría contestarse con un sencillo No, aunque confieso que tan rotunda negativa nada dice de la magnitud del cambio y menos aún, y esto es lo más difícil, si tal transformación será para mejor o lo contrario. Entiéndase que como mejor me refiero al avance de los derechos humanos, la conciencia de los demás como semejantes, la superación de las injusticias más flagrantes, el avance en la seguridad frente a los avatares de la vida sin renuncia a la libertad y la participación política de los ciudadanos que es la democracia.
Lo peor sería que el miedo, los populismos, la descoordinación entre los gobiernos y el egoísmo de "lo primero los nuestros", en relación con la crisis económica que la pandemia está produciendo y producirá tras su paso, rompieran la débil cohesión del proyecto europeo abandonando a cada estado miembro a su suerte. Tampoco es desdeñable la posibilidad de que el modelo chino se erigiese como el referente a seguir, un modelo de éxito en la lucha contra el virus, pero plagado de sombras en lo que se refiere a la salvaguarda de los valores que están en la base de nuestra definición de "lo mejor". Ni es asunto menor qué decisiones se tomarán en EE.UU., con un presidente empeñado en la arenga de los valores patrios, la gloria de su imperio y el tufo de un supremacismo que desdice la evidencia que nos impone como un espejo la amenaza del coronavirus: una sola humanidad.
Así pues, estamos ante una encrucijada, una necesidad de actuar que es elegir. No es una opción el tancredismo, es una oportunidad si lo hacemos con acierto.
Como valencianos necesitamos a España. Más de 210.000 trabajadores afectados por ERTEs (en el momento de escribir estas líneas) esperan su prestación por desempleo; buen número de trabajadores autónomos han cerrado la persiana de su negocio y la mayoría de las empresas han suspendido su actividad. Tenemos la deuda pública más elevada en relación con nuestro PIB de todas las Comunidades Autónomas y un déficit crónico por una infrafinanciación que es secular. El Gobierno de la nación ha puesto en marcha un importantísimo paquete de medidas de ayuda a los trabajadores, autónomos y empresas que habrá que ir ampliando para no dejar a nadie atrás, y deberá atender las necesidades de las Comunidades Autónomas para sostener los servicios públicos y que éstas paguen a sus proveedores si no queremos repetir errores recientes.
Pero España es un país de tamaño medio entre los países desarrollados, sin moneda propia, fuertemente endeudado por la gran recesión del 2008 y sus secuelas, sin capacidad para financiarse en solitario y por eso necesita de las instituciones europeas actuales y de las que será necesario perfeccionar y crear si queremos salir adelante de esta crisis, sin grietas y fortalecidos. Ningún país de la Unión tiene capacidad por sí solo para hacer frente a tan desafiante reto, ni podrá encarar un futuro de esperanza frente a los gigantes en la globalización. Los españoles necesitamos a Europa, los europeos necesitamos a la Unión. Esta es la proclama que defiende el presidente Sánchez, la que debemos apoyar sin fisuras.
Pero la transformación debe ser aún mayor, si hemos dicho que la pandemia nos pone frente al espejo de una única humanidad el mundo debe caminar hacia una gobernanza planetaria. Nuestra historia, la de los humanos, se ha construido, desde el tribalismo hasta los estados nación, a través de la dominación, la esclavitud, el colonialismo y las guerras. El capitalismo ha sido el sistema económico al servicio de esta competición en la que no juegan solo las empresas, también los estados, es de todos contra todos. Europa debe ser el primer paso, el espacio que permita superar esta dinámica en la que pierde la cohesión social, el bienestar de la mayoría, la solidaridad y el sentido de pertenencia a un proyecto, unos valores y una cultura comunes. Las medidas impuestas durante la gran recesión en Europa es justo lo que no hay que hacer. Una fiscalidad homogénea, derechos laborales comunes, un salario mínimo y un seguro de desempleo europeo son recetas imprescindibles para que sus ciudadanos entendamos que avanzar hacia unos Estados Unidos de Europa es la única garantía de salvaguarda del estado del bienestar que tanto costó crear.
También un presupuesto de la Unión acorde con los retos que pretender ser relevantes en la globalización nos impone, para ganar la carrera tecnológica sumando esfuerzos e inteligencia en Europa. Defender nuestro modelo nos exige tener éxito en lo económico frente a otros modelos de sociedad basados en el liberalismo más descarnado o en el autoritarismo de estado.
¿Nada será igual? Los seres humanos seremos los mismos, hechos de la misma materia, con las mismas virtudes y defectos capaces de lo mejor y de lo peor, pero transformados por las decisiones que tomemos hoy. Con educación, con valores que acrecienten la conciencia de especie y con instituciones que nos den seguridad frente al infortunio nada será igual, será mejor.